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martes, 16 de abril de 2019

Déjà vu: crisis y castigo


Imagen tomada de Internet
Esta película ya la vimos, y miramos con ojos entrecerrados por la sospecha el panorama tempestuoso que nos espera. Los detalles son muchos, y al mismo tiempo, cada vez más similares a lo ya vivido. Digamos que el primer indicio fue la crisis política venezolana. A partir de ahí las señales son repeticiones irónicas de la historia: anuncio de que los periódicos tendrán menos páginas, que los próximos meses serán “duros”, que los huevos no serán vendidos por la libre, y que el avestruz y la jutía son muy nutritivos. Bueno, admito que esto último es nuevo, pero tenía que decirlo o reventaba.
De crisis nadie puede hacernos historias, los cubanos en eso somos casi expertos. Apenas recuperados de la crisis de los ’90, nos enfrentamos a ¿otra?  crisis, cuyo alcance todavía está por definir. Las similitudes entre los detonantes (crisis de socios políticos y económicos importantes en ambos casos) y los efectos,  son una muestra de que la crisis contemporánea es una continuación de la de los noventa, cuyo impacto de largo plazo ha acentuado las deformaciones de la estructura económica de Cuba, la penosa deuda externa renegociada múltiples veces, los rotos o frágiles procesos inversionistas y la aún incipiente empresa privada nacional, cuyo alcance se reduce casi en exclusiva al sector de la gastronomía, uno muy vulnerable a las recesiones.
Sin embargo, las diferencias son también vitales para comprender la nueva situación y actuar en correspondencia. Mientras la crisis de los noventa podría haberse dicho que “nos tomó por sorpresa”, esta ha sido perfectamente predecible. Yo misma la predije en un post en este mismo blog el 6 de abril de 2017, hace dos años, y no fui la única, por supuesto. La literatura sobre recesiones está llena de propuestas para paliar los efectos de una crisis aunque sea inevitable. Como poner los brazos por delante cuando se cae de frente.
El problema de las crisis es que no son una cosa abstracta y lejana de la que solo hablan los indicadores económicos. Las crisis marcan las sociedades y las laceran. Afectan la solidez de las ideologías, desmantelan la confianza política en los gobiernos que las enfrentan, y en algún punto, su manifestación deja de ser económica para convertirse en crisis sistémica, que se extiende hacia lo social y lo político.
Mientras los cubanos entramos en condiciones más o menos similares en la crisis de los 90, gracias a los niveles de equidad social logrados en las décadas anteriores, esta vez las circunstancias son completamente diferentes. La brecha social se ha abierto en la sociedad cubana y la desigualdad se expresa de múltiples formas. Existe desigualdad entre la capital y el resto del país, entre las zonas urbanas y las rurales, entre blancos y negros, entre mujeres y hombres, entre los que tienen acceso a divisas y los que no. Dentro de las propias zonas urbanas existen áreas privilegiadas. Sumemos además la discriminación de género y racial, así como por preferencia sexual y con ello ya tenemos sectores del pueblo cubano en áreas de mayor vulnerabilidad ante la crisis. Son fácilmente detectables, además. Esos que recibirán el impacto más directo son los de siempre, los nadies de Galeano, que también viven en esta isla.
Para atajar la crisis a tiempo, antes de que nos devaste aún más, las medidas deben tomarse con urgencia y sin miedo. Se trata de detener una caída que puede costarnos muy cara. Ya lo estamos apostando todo. No existen antecedentes de dos crisis de semejante magnitud golpear con menos de 30 años de diferencia. No en Cuba, al menos. No sabemos cuál será el costo social y político de ello. Yo no me arriesgaría. La administración actual de los Estados Unidos sabe esto. Ellos apuestan por esa destrucción y por eso están tomando medidas para empeorar nuestra crisis. Porque ellos saben que esta vez no queda tan clara la supervivencia.
Mi pregunta es: ¿lo sabemos nosotros?