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lunes, 25 de junio de 2018

Burbuja

Imagen tomada de Pinterest

"Can anybody fly this thing? (...) 
We've been living life inside a bubble (...) 
Can anybody stop this thing?"

De la canción High Speed, del grupo Coldplay


Un día el mundo despertó dividido por una gigantesca burbuja. Una parte de la humanidad quedó atrapada dentro; la otra, fuera. Al inicio, quisieron comprender. Luego, atacaron las sólidas paredes transparentes con las armas disponibles, pero sobre la superficie pulida no apareció ni un rasguño.

Amigos y familiares quedaron separados, y mientras científicos, políticos e intelectuales trataban de encontrar una salida, la humanidad sufría y, paulatinamente, también se adaptaba.

Al cabo de unos años ya nadie buscaba soluciones. Los de adentro, despreciaban a los de afuera. Los de afuera decidieron que no había nada adentro que pudiera interesarles. Los intelectuales escribieron largos ensayos sobre el tema, con fuertes críticas a los políticos, -de ambos lados- que de forma vulgar se beneficiaban de la circunstancia, y los científicos, al principio tan preocupados, terminaron estudiando temas más trascendentales para la supervivencia. Cada parte se concentró en las carencias y no en las ventajas de su posición, y a lo largo de los años, el rechazo de un lado por el otro se fue arraigando hasta transmitirse de generación en generación.

Ya no existe la burbuja. Un día, como por milagro, desapareció. Nadie pudo notarlo porque estaban ocupados en mantener dentro a los de adentro y fuera a los de afuera. Nacieron así cientos de burbujas, como límites etéreos, que con el tiempo comenzaron a llamarse países.

miércoles, 9 de mayo de 2018

Asignatura pendiente: Pequeña y mediana empresa en Cuba

Este post ya estaba escrito, esperando porque la universidad me diera un tiempo para revisar y retocar, cuando OnCuba publicó el artículo del profesor Juan Triana sobre el mismo tema. Honestamente, poco o casi nada tengo que agregar a lo que Triana dice en su trabajo, pero compartimos –somos muchos- preocupaciones similares, y por lo tanto, amerita repetirlas hasta el cansancio. A lo mejor un día alguien escucha.

Hay un común denominador en casi todos los que a lo largo de nuestra historia económica han teorizado y tratado de dar solución a nuestros problemas, que dicho sea de paso, siempre han sido muchos y más o menos los mismos. Lo que une a una parte importante de ellos, incluyendo a nuestro José Martí, es la defensa de la pequeña y mediana empresa como motor impulsor de nuestra economía hacia el crecimiento económico y el desarrollo.

Mientras más años pasan, más me convenzo de la razón que tuvieron. La idea del Estado omnipresente y omnipotente, que ve y resuelve todo, no solo es ingenuamente absurda, sino peligrosamente arcaica. Señalo que no disminuyo el papel del estado en la economía en cualquier país, y ni siquiera creo que deba ser el que le asignó la teoría neoliberal, de mero árbitro. Creo que la posición vital de regulador que debe tener el Estado, su atención especial y prioritaria a los sectores de influencia, como la Salud Pública y la Educación, por ejemplo, se está diluyendo en lo que todos en Cuba llamamos: abarcar mucho para apretar poco.

Escudados tras el temor al enriquecimiento (y regresamos al manido discurso agotado ya por inverosímil) se anuncian “nuevas” medidas que limitarán y restringirán el trabajo por cuenta propia en Cuba, que es lo mismo que decir, abandonando los eufemismos innecesarios, restringir la pequeña y mediana empresa. Traducido en términos económicos, esta medida implica reducir el único sector que aumentaba la demanda de fuerza de trabajo, el único sector que mostraba expansión en capital invertido y ocupación. Resumen: el ÚNICO sector que podía ser la esperanza luego que se contrajera el turismo a partir de las medidas tomadas por el presidente Trump, el huracán que desmanteló casi totalmente los cayos en el 2017 y conllevó destinar recursos a su reconstrucción,  y en medio de una restructuración económica que ha tomado más tiempo del previsto, incluyendo la unificación monetaria.

Resumiendo, como economista: NO es el momento de acorralar y asfixiar la pequeña empresa en Cuba, que aparece ante mis ojos como la única válvula de escape. No es un secreto que la inversión extranjera no ha crecido lo esperado y tampoco son un secreto las causas, pero a eso se le puede dedicar otro espacio. Por supuesto que las PYMES deben ser reguladas. De eso no cabe dudas. Reguladas para que no anuncien sin pudor alguno en los clasificados que contratan solo “personas de tez blanca”, reguladas para controlar el efecto ambiental de algunas de ellas, como las fregadoras, por ejemplo; reguladas para que respeten que existe una ley laboral en Cuba que no puede ser violada, y que sus trabajadores tienen iguales derechos a descanso retribuido de un mes al año, a jornadas que no excedan las 8 horas diarias y hasta a licencias de maternidad.


En mi ingenuidad sigo creyendo que de eso van a hablar cuando dicen regular. Porque soy así, optimista. 

miércoles, 18 de abril de 2018

De la cebolla y otros demonios (Parte II)

Foto de la autora
           ¡Finalmente! Yo quería escribir este post después de la unificación monetaria, pero por razones obvias me dije que mejor iba adelantando. El día de hoy marca un momento de definición política en Cuba con la transición en la presidencia del país. Mucho se ha dicho, especulado, y hasta mentido alrededor de este suceso.

La verdad es que la misión que le dejan al sucesor no es de juego. Haciendo un repasito breve sobre la Cuba de hoy, el próximo presidente recibe un país en crecimiento desacelerado, y me atrevo a decir que camino a una recesión, a pesar del anunciado crecimiento económico de 1.6% anual en 2017. Adicionalmente, la contracción de la Embajada de los Estados Unidos en la isla, así como las promesas de mano dura de la administración Trump han tenido un efecto adverso en varios sentidos. En mi opinión, los dos más importantes han estado en el sector turístico, una de las principales fuentes de ingresos en divisas al país, y con ello el sector privado (único en expansión como fuente alternativa de empleo), volcado en una proporción importante hacia servicios al turismo; y el sector de la inversión extranjera. De este último no tengo evidencias palpables, pero conociendo cómo reacciona el mercado, es lógico deducir que los potenciales inversores extranjeros contendrán sus deseos de poner dinero en un país cuyo desempeño futuro es como mínimo, dudoso. En adición a todo esto, no se debe menospreciar el impacto que la crisis económica y política venezolana han tenido en la economía de Cuba.

En este contexto, las válvulas de escape de la presión social se han cerrado. La emigración, por ejemplo, recibió su primer impacto con la eliminación de la política de pies secos, pies mojados, por el gobierno de Barack Obama y luego, el “casi cierre” de la Embajada de los Estados Unidos en La Habana y la medida tomada de recurrir a un tercer país (primero Colombia, luego Guyana) para tramitar las visas de emigrante, ha cargado al proceso migratorio legal hacia ese país de dificultades logísticas y financieras adicionales.

El mero hecho de que emigrar se considere medio de descompresión social es un indicador de la gravedad de la situación dentro del país. No constituye secreto para ninguno de nosotros las complejidades del día a día de cualquier cubano de a pie, así que no creo que se necesite invertir tiempo en lo que se sabe: la cebolla sigue cara.

La vía interna de supervivencia la constituye sin dudas el emergente sector privado. Ahora, no podemos engañarnos. Las señales emitidas por el estado cubano en los últimos meses no se pueden considerar alentadoras. Con independencia de la importancia de un reordenamiento necesario y una redimensión de la política impositiva, con los que puedo estar hasta de acuerdo de cierta forma, creo que el momento no ha sido el más feliz.

Las políticas públicas deben considerar dos elementos importantes a la hora de ser implementadas: su eficacia y su pertinencia. Puede que de cierta forma se haga necesaria la revisión de las licencias emitidas e imponer límites y controles. Ok. Pero forma y contenido no son un par dialéctico por gusto. En las actuales circunstancias de Cuba, en la que las reformas avanzan a la misma velocidad que se construye un edificio de dos plantas (una eternidad) y ante los elementos ya mencionados, la verdad es que se envía un mensaje contradictorio y negativo al contener la emisión de ciertas licencias, cerrar cooperativas exitosas como Scenius -cuya justificación pública fue muy vaga-, y se prometen unificaciones monetarias, mejores cosechas de papas y crecimiento económico futuro que no llega. Hay lujos que ya no podemos darnos y es hora de comprender que en la Cuba de hoy, la confianza política no es lo que solía ser.  

La realidad de la lentitud de los cambios programados con la reforma propuesta por los Lineamientos, la escasez de productos de primera necesidad, las limitaciones para encontrar un empleo que ayude a satisfacer las necesidades básicas con el salario percibido, la reducción del turismo, las dificultades para emigrar y la maldita circunstancia del agua por todas partes, se suma a una realidad política y social diferente a la de los años ’90, cuando el país enfrentó una crisis económica y social cuyo único precedente estuvo en la década del ’20 del mismo siglo, setenta años antes.

Los cubanos residentes en la isla, en su mayoría, recuerdan la crisis de los 90, y me atrevo a especular que pocos están dispuestos a repetir la experiencia. El reto para el nuevo presidente no es pequeño: por una parte, aliviar al país de la potencial recesión implementando las reformas ya acordadas y otras que se irán imponiendo por el camino y, simultáneamente, por la otra, alcanzar niveles de vida decentes. Recordemos: crecimiento económico no necesariamente significa desarrollo social. Todo esto, enfrentando la actual administración de Donald Trump y una situación de caos político en las izquierdas de la región.

Yo, francamente, no lo envidio. Le deseo, y espero con honestidad, que sepa estar a la altura de su momento, porque el que me preocupa de verdad, mi pueblo, merece y necesita esperanza.



lunes, 9 de abril de 2018

El siglo de las "opiniones"


Imagen tomada de Facebook
Usted va en un almendrón, en una guagua, en la botella, está esperando en una cola, o está revisando las publicaciones de otros en las redes sociales: ¿Cuántas opiniones escucha o lee en ese tiempo? ¿Cuántas personas emitiendo criterios, acertados o no, con un convencimiento digno de un Nobel? Casi nadie le discute a un físico nuclear o a un bioquímico o a un matemático, a menos que pertenezca a la misma rama. Por increíble que parezca, una parte importante de la humanidad cree que no hace falta estudiar para debatir sobre economía o política, y se siente con el total derecho de intervenir, criticar, gritar y ofender escupiendo supuestas verdades, sus verdades, a la cara de los otros.

Bueno, esas son pseudo-opiniones. Definidas así por una rama de la Economía llamada Behavioral Economics o Economía Conductual en español, se refiere a la opinión vertida por una masa nada despreciable de personas, que sin leer o informarse lo suficiente, debaten sobre temas de interés colectivo: con énfasis en la política o la economía, su prima más cercana. Las pseudo-opiniones son eso, ni siquiera son opiniones. No llegan a tanto. Si la base sobre la que usted está haciendo teoría es débil, y su bote hace agua, le recomiendo que salte del edificio de “verdades” que se ha construido, o se ponga un salvavidas.  

Las ciencias sociales han sido históricamente subestimadas y consideradas por muchos como pseudo-ciencias, en un intento por minimizar y ridiculizar sus esfuerzos por explicar nuestras sociedades. Sin embargo, y con la misma disposición que criticamos a un coach de futbol o de pelota, se discute sobre historia, política, economía, porque creemos –de manera errada, la mayor parte de las veces- que al rodearnos y al estar imbuidos en ellas, no necesitamos más que nuestras limitadas experiencias personales para emitir criterios especializados.

Usted puede decir que no le gustó una película, eso no lo hace crítico de cine. Puede decir, incluso, que daVinci estaba borracho cuando pintó La Gioconda. Criticar El Beso, de Klimt, o El Rapto de las Mulatas, de Carlos Enríquez. Usted, incluso, puede unirse a la sociedad de tierraplanistas, que casi medio milenio después de Galileo Galilei, afirma que la Tierra no es una esfera (o si queremos ser técnicos: esferoide oblato). Nada de eso lo convierte por obra y gracia de ningún espíritu santo, en crítico de arte o en físico o geógrafo. 

Exactamente lo mismo pasa con la economía. Digo esto porque sentimos la urgencia de desahogarnos por el pan duro y único de la bodega, por la unificación monetaria que parece casi una mentira más, por la limitación de las licencias para los cuentapropistas… y tantas otras cosas y medidas que pululan en nuestra realidad económica o social. (OJO: no estoy diciendo que esas medidas sean acertadas o desacertadas, es solo un ejemplo académico).

Lo que deseo se entienda, y por eso mismo me animé a escribir este blog, es que para hablar, debatir, conversar sobre este tema, o cualquier otro, se necesita estar informado. Lo que usted ve o percibe no es prueba de nada, aunque usted crea que sí. Mucho menos en Economía o Política. Usted puede defender el neoliberalismo (tengo amigos muy bien informados que lo hacen) pero necesita conocer lo que está defendiendo. Incluso identificar los puntos débiles de lo que defiende, porque los que se opongan usarán eso en su contra, y obvio, atacar a la persona va en detrimento de su argumento. Cuando se vea acorralado, sin elementos para defender su posición frente a un contrario mejor preparado, no saque una bazuca para matar cucarachas. Eso solo dice más de usted que del otro. Tome un tiempo para revisar sus juicios, busque respaldo científico y no pseudocientífico. Verifique las fuentes. No sea víctima de la desinformación en la era de la información. Crezca, para que pueda aportar elementos enriquecedores a un debate, en vez de atrincherarse en medias verdades, semi demostradas o no demostradas.

Incluso, entre los profesionales, los hay buenos, regulares y malos. Lo que pasa es que es aún más vergonzoso encontrarse profesionales que no tienen idea sobre lo que estudiaron. La cosa empeora cuando están en posiciones de poder que les permite aplicar en la práctica su ignorancia; pero ese no es el tema de este post, que nos conocemos.

Hubo un tiempo en Cuba en que dejé de decir que era economista, y mucho menos que daba clases de Economía Cubana. Aquello desataba siempre una ola de juicios, caras, y ojos retorcidos, seguidos por el comentario sarcástico: “Eso no existe”. No obstante, todo el mundo soltaba su discurso, disparatado en un 90 %, sobre eso que “no existía”. Bajo esa lógica, era como hablar y debatir sobre el hombre invisible, ¿no?

Convengamos en algo entonces: todos tenemos alguna idea (acertada o no) sobre economía. Igual tenemos ideas sobre arquitectura y arte, por ejemplo, pero eso no las valida. El respeto a la profesión debe comenzar por aquellos que no son especialistas. Usted puede emitir su criterio no especializado, pero entienda que es eso: solo un criterio aficionado sobre un tema para profesionales. Usted puede, sin embargo, leer, prepararse, informarse, y entonces será una persona con opinión, a pesar de no ser especialista. Y podrá comentar sobre los girasoles de Van Gogh o las cornisas de las catedrales barrocas, o sobre el Tratado de París con mejores argumentos. Pero no pretenda formarse una opinión de la nada, porque eso no es profesional, ni inteligente.

Solo pongo un ejemplo: basta revisar los resultados de lo que más de 50 años de subestimación del papel y la importancia de los economistas en las políticas de un país le han hecho al nuestro. Porque eso bueno sí tiene la economía: Para sufrir sus efectos no hace falta ser un perito...


martes, 27 de marzo de 2018

Homo homini lupus


Sólo las virtudes producen en los pueblos un bienestar constante y serio.
José Martí

El texto a continuación lo escribí hace un año, aproximadamente, en Cuba. No es de economía, pero economía y sociedad andan juntas. No es el objetivo de este trabajo ahondar en las causas más profundas de los problemas mencionados. Fue solo una auto-alerta. Un año después, viviendo fuera de la isla, siento que debe compartirse. No es accidental la frase de Martí.
Imagen tomada de
https://www.deviantart.com/art/HOMO-HOMINI-LUPUS-377552824

Este mes la Empresa Eléctrica me cortó la electricidad por error. Todavía no sé, porque nunca fui a investigar, por qué tuve que permanecer 24 horas a oscuras; perder la mitad de las cosas que tenía en el congelador; por qué mi papá se hizo quemaduras en la mano tratando de conectarla de nuevo porque en la Empresa, y cito: “tienen 48 horas para eso, y debe pagarse un sobrecargo de 3 pesos cubanos”, aunque se trate de un error, SU error.

Ayer fui por segundo sábado consecutivo (único día disponible que tengo) al mercado de cárnicos de PALCO que se encuentra en el edificio Atlantic[1] en el Vedado, y por segunda vez consecutiva, estaba cerrado en horario de atención al público porque estaban “recibiendo mercancía”. Crucé a un “timbiriche” estatal justo al frente a comprarme un refresco, y también estaban recibiendo mercancía. Me alejé una cuadra de mi verdadero objetivo, ya a punto de la deshidratación, y me tuve que comprar una Tukola light, caliente… (CALIENTE!!!) porque era lo único que tenían. Diez minutos más tarde, en la tienda de 1ra y Paseo, no me pudieron recibir la cartera en el guardabolsos porque no “tenían espacio”, aunque sí había 4 casillas disponibles, pero (a morirse ahora) no tenían las chapillas para ellas. Resumen: Tuve que subir un innecesario piso extra para guardarla.

Hoy, el cobrador del gas llegó a mi puerta. Llevo dos meses sin pagar. No coincidimos. Llego tarde a la casa, él pasa temprano.  El hombre amenazó con cortarme el gas, y toda la ira retenida de semanas acumuladas de maltrato sicológico explotó con el menos indicado. Con el único que tenía la razón. Después de una discusión que no vale la pena reproducir porque me avergüenza mi propia irracionalidad desplegada en pocos minutos, pactamos. Él, de repente, me dijo: “Yo no quiero cortarlo, yo necesito cobrarlo, porque me pagan 25 cuc por eso. Cuando alguien no paga, mi dinerito se ve amenazado… ¿entiende?”

Y entendí de golpe: Somos lobos.

Fui una loba descargando mi ira acumulada de repetidas desconsideraciones. Los cubanos vamos a veces así, dañándonos unos a otros sin reparo ni respeto por el otro. Los mecanismos establecidos o mal establecidos facilitan ese comportamiento de sobrevivencia. Da un poco de miedo. Me di miedo. Llegado un punto, el cobrador del gas representaba todos y cada uno de mis malos momentos de todo el mes, y mi parte irracional superó la racional y descargué súbitamente mi molestia reprimida.

Eso puede ser normal en la vida de los cubanos día tras día: Ponernos traspiés en cadena infinita, más allá de reglamentaciones absurdas establecidas. El deterioro económico ha conducido al deterioro social, no solo en términos básicos de indicadores, sino de comportamiento social, dinámica y sinergia grupal, nacional. Superados o no los obstáculos de las necesidades diarias, vaciamos sobre otros el malestar que terceros nos lanzan encima, y como la metáfora del camión de basura, dejamos que la ira nos gane.

Puede ser una cuesta abajo peligrosa. Grau San Martín dijo que esta era una isla de corcho, y que por mucho que trataron de hundirla, no se hundía. Algo me dice que nos estamos esforzando por batir el récord. El que multa los productos en una tienda, y cobra el pollo al doble de lo que cuesta, ¿le roba al estado? No. Nos roba a nosotros, al pueblo, a los que nos matamos trabajando, ganando un salario de risa muchas veces, ahorrando muchos días para cualquier cosita insignificante. A esos, a los jubilados, a las madres solteras, a los trabajadores honrados… (que todavía, por suerte, son un montón).

Pero hay agotamiento. Encuentro dificultades enormes para explicar a los extranjeros que vienen a Cuba por más que una visita de turismo, a aquellos que llegan a conocernos un poco mejor, me cuesta explicarles cómo sobrevivimos el día a día en un país con precios de primer mundo y salarios peores que muchos países del tercero. Y el manido tema de los ingresos sale a relucir todo el tiempo. La ineficiencia es de todos, desde los escaños más bajos de la cadena. No existe interés en la eficiencia. El desinterés y la desidia nos consumen como un cáncer brutal.

Y el costo de la sobrevivencia somos nosotros mismos. Es el estado de alerta y agresividad latente. Es el botero que te “coge” el cuc a 23, que solo hace recorridos de media cuadra, porque no viaja ya más de un municipio por 10 pesos cubanos. Es el carnicero que te “tumba” cada vez que puede, es la cebolla a… bueno, al precio que tenga ahora, es la recepcionista que no te escucha porque habla por teléfono sobre peluquería, es el empleado público que te tira la puerta en las narices, porque es horario de almuerzo, es el de la empresa eléctrica que te corta la electricidad sin verificar que la pagaste, es la tienda que no vende mientras recibe mercancía, es la ira con el cobrador del gas…

Lo peor es que nos hemos acostumbrado. Callamos a veces por no discutir, o, para citarnos apropiadamente, “para no buscar problemas”, y llenamos así una bolsa de descontentos y molestias que explota en cualquier momento, porque su capacidad es limitada. Ese sentimiento de culpa reflejada en el otro ha sustituido paulatinamente la solidaridad. La isla de corcho sigue flotando, pero sobre nuestras espaldas rotas a dentelladas. Deberíamos mirarnos hacia adentro. Identificar en el rostro del que nos agrede nuestro propio rostro agresor, pactar, hacernos la vida más fácil, o por lo menos, no tan dura. Ayudarnos, en fin. Algo me dice que nuestra supervivencia en el corto y en el largo plazo, pronto, -más pronto de lo que creemos- comenzará a depender de eso… y ojalá entonces, o ahora mismo, no sea demasiado tarde.




[1] La última vez que fui no existía ya.

miércoles, 7 de marzo de 2018

La unificación monetaria y la “percepción”

Imagen tomada de Internet
Mucho se ha dicho y se ha debatido sobre el tema de la dualidad monetaria en Cuba y sus efectos en la economía cubana. Aún así, es un tema difícil de entender por los no especialistas. A decir verdad, es un asunto complicado para los economistas, y se sabe que los economistas, por regla general, no sabemos explicar la economía, y ahí seguimos en el círculo vicioso de la incomprensión.

No me voy a referir a los efectos financieros de la unificación monetaria a nivel empresarial, porque eso lleva análisis que sobrepasan la intención de este post. Solo apuntaré que la tasa de cambio que rige en las empresas es una tasa de cambio artificial y que luego de la unificación, muchas de ellas, en la actualidad operando con un margen de beneficios importante gracias al tipo de cambio, muy posiblemente se encontrarán operando en números rojos o con un margen de utilidad muy bajo.

Sin embargo, a lo que deseo referirme es al efecto sicológico o de percepción en el pueblo, algo que no siento que se estudia o analiza en nuestro país lo suficiente en el momento de trazar políticas públicas. Se ha hablado mucho del impacto “real” de la reunificación, pero apenas nada del efecto percibido. Ese subyace bajo la realidad y la afecta. A fin de cuentas, todos tomamos decisiones basados en nuestra percepción de la situación y no de cómo es en realidad.

Hay un efecto disfrazado en el tipo de cambio y que será visible muy pronto. Muchos cubanos con los que he conversado afirman que es lo mismo dejar o quitar el CUC, porque en definitiva ya estamos pagando la tasa de 25 X 1 en nuestras transacciones diarias. Sin embargo, hay un componente sicológico vital en nuestras decisiones de compra. Cuando creemos que estamos siendo racionales, nuestro cerebro está siguiendo atajos para proponer soluciones no necesariamente óptimas. Con ello, lo que quiero decir es que cuando los precios cambien totalmente de cuc a cup, y solo tengamos etiquetas que muestren que un pantalón vale 500 cup, y no 20 cuc, o que un short vale 300 cup y no 12 cuc, o que la leche en polvo ya no se adquiere a un precio aproximado de 5 cuc, sino a 125 cup, percibiremos la realidad de una forma nueva, aunque nos resistamos a admitirlo. Si hoy sabemos que la vida en Cuba es desproporcionalmente cara, en ese momento, será carísima. Los precios no tienen que cambiar. Nuestra percepción lo hará y con ello, se pueden adelantar algunas consecuencias. La más obvia es que en los primeros tiempos, puede reducirse la venta de productos no imprescindibles. No importa que los precios ya se expresen en ambas monedas. El hecho de verlos en CUC aún, provoca una sensación subliminal de “no es tan caro” o de “es pagable”.

Por otro lado, ¿se mantendrán las estimulaciones, que ahora son en “divisas” en las empresas que tienen incorporado ese sistema? ¿Alguien se imagina las cartas de los restaurantes expresadas ahora en MN? ¿300 cup por un plato? También van a disminuir los clientes en los primeros tiempos, hasta que “sicológicamente” nos adaptemos a los nuevos cambios. Y cuando solo sea el cup, ¿en serio creemos que el cambio con respecto al dólar es de 25 vs 1? Pero esa pregunta solo podrá ser respondida por el tiempo.

A ello hay que sumar el efecto positivo de tener una moneda “fuerte” en términos también sicológicos. Ciertamente brinda más seguridad invertir o hacer turismo en un país con una moneda resistente frente al dólar u otras divisas internacionales, aunque solo sea una apariencia.  

En adición a eso, me pregunto: ¿se mantendrán precios diferenciados para turistas y cubanos en teatros, por ejemplo, donde los nacionales pagamos de 10 a 30 cup por una entrada y los extranjeros tiene que pagar entre 10 y 30 cuc? Si la respuesta es no, ¿se ha contemplado el impacto en la disminución de ingresos en divisas en el país? Si la respuesta es afirmativa, ¿se ha contemplado el efecto sicológico de la diferenciación? No tengo evidencias, pero creo que no es una práctica común internacional establecer precios diferenciados para turistas y nacionales para museos, instituciones o lugares históricos.

¿Cuánto dinero hará falta para comprar una casa? ¿La pagaremos en euros? ¿En libras esterlinas? ¿Y los carros? No me burlo, hablo muy en serio. Tendremos que usar notación decimal para expresar algunos precios, hasta los de la cebolla, muy pronto.


Yo apoyo la unificación monetaria, pero mi punto es que debe venir con un ajuste de la política de precios, o lo que es lo mismo, con el establecimiento de una verdadera política de precios. Lo de fijar un margen único que funciona lo mismo para la leche en polvo que para un jean desafía la lógica económica y financiera. Pero de precios ya hemos hablado. Y muy en serio.