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martes, 27 de marzo de 2018

Homo homini lupus


Sólo las virtudes producen en los pueblos un bienestar constante y serio.
José Martí

El texto a continuación lo escribí hace un año, aproximadamente, en Cuba. No es de economía, pero economía y sociedad andan juntas. No es el objetivo de este trabajo ahondar en las causas más profundas de los problemas mencionados. Fue solo una auto-alerta. Un año después, viviendo fuera de la isla, siento que debe compartirse. No es accidental la frase de Martí.
Imagen tomada de
https://www.deviantart.com/art/HOMO-HOMINI-LUPUS-377552824

Este mes la Empresa Eléctrica me cortó la electricidad por error. Todavía no sé, porque nunca fui a investigar, por qué tuve que permanecer 24 horas a oscuras; perder la mitad de las cosas que tenía en el congelador; por qué mi papá se hizo quemaduras en la mano tratando de conectarla de nuevo porque en la Empresa, y cito: “tienen 48 horas para eso, y debe pagarse un sobrecargo de 3 pesos cubanos”, aunque se trate de un error, SU error.

Ayer fui por segundo sábado consecutivo (único día disponible que tengo) al mercado de cárnicos de PALCO que se encuentra en el edificio Atlantic[1] en el Vedado, y por segunda vez consecutiva, estaba cerrado en horario de atención al público porque estaban “recibiendo mercancía”. Crucé a un “timbiriche” estatal justo al frente a comprarme un refresco, y también estaban recibiendo mercancía. Me alejé una cuadra de mi verdadero objetivo, ya a punto de la deshidratación, y me tuve que comprar una Tukola light, caliente… (CALIENTE!!!) porque era lo único que tenían. Diez minutos más tarde, en la tienda de 1ra y Paseo, no me pudieron recibir la cartera en el guardabolsos porque no “tenían espacio”, aunque sí había 4 casillas disponibles, pero (a morirse ahora) no tenían las chapillas para ellas. Resumen: Tuve que subir un innecesario piso extra para guardarla.

Hoy, el cobrador del gas llegó a mi puerta. Llevo dos meses sin pagar. No coincidimos. Llego tarde a la casa, él pasa temprano.  El hombre amenazó con cortarme el gas, y toda la ira retenida de semanas acumuladas de maltrato sicológico explotó con el menos indicado. Con el único que tenía la razón. Después de una discusión que no vale la pena reproducir porque me avergüenza mi propia irracionalidad desplegada en pocos minutos, pactamos. Él, de repente, me dijo: “Yo no quiero cortarlo, yo necesito cobrarlo, porque me pagan 25 cuc por eso. Cuando alguien no paga, mi dinerito se ve amenazado… ¿entiende?”

Y entendí de golpe: Somos lobos.

Fui una loba descargando mi ira acumulada de repetidas desconsideraciones. Los cubanos vamos a veces así, dañándonos unos a otros sin reparo ni respeto por el otro. Los mecanismos establecidos o mal establecidos facilitan ese comportamiento de sobrevivencia. Da un poco de miedo. Me di miedo. Llegado un punto, el cobrador del gas representaba todos y cada uno de mis malos momentos de todo el mes, y mi parte irracional superó la racional y descargué súbitamente mi molestia reprimida.

Eso puede ser normal en la vida de los cubanos día tras día: Ponernos traspiés en cadena infinita, más allá de reglamentaciones absurdas establecidas. El deterioro económico ha conducido al deterioro social, no solo en términos básicos de indicadores, sino de comportamiento social, dinámica y sinergia grupal, nacional. Superados o no los obstáculos de las necesidades diarias, vaciamos sobre otros el malestar que terceros nos lanzan encima, y como la metáfora del camión de basura, dejamos que la ira nos gane.

Puede ser una cuesta abajo peligrosa. Grau San Martín dijo que esta era una isla de corcho, y que por mucho que trataron de hundirla, no se hundía. Algo me dice que nos estamos esforzando por batir el récord. El que multa los productos en una tienda, y cobra el pollo al doble de lo que cuesta, ¿le roba al estado? No. Nos roba a nosotros, al pueblo, a los que nos matamos trabajando, ganando un salario de risa muchas veces, ahorrando muchos días para cualquier cosita insignificante. A esos, a los jubilados, a las madres solteras, a los trabajadores honrados… (que todavía, por suerte, son un montón).

Pero hay agotamiento. Encuentro dificultades enormes para explicar a los extranjeros que vienen a Cuba por más que una visita de turismo, a aquellos que llegan a conocernos un poco mejor, me cuesta explicarles cómo sobrevivimos el día a día en un país con precios de primer mundo y salarios peores que muchos países del tercero. Y el manido tema de los ingresos sale a relucir todo el tiempo. La ineficiencia es de todos, desde los escaños más bajos de la cadena. No existe interés en la eficiencia. El desinterés y la desidia nos consumen como un cáncer brutal.

Y el costo de la sobrevivencia somos nosotros mismos. Es el estado de alerta y agresividad latente. Es el botero que te “coge” el cuc a 23, que solo hace recorridos de media cuadra, porque no viaja ya más de un municipio por 10 pesos cubanos. Es el carnicero que te “tumba” cada vez que puede, es la cebolla a… bueno, al precio que tenga ahora, es la recepcionista que no te escucha porque habla por teléfono sobre peluquería, es el empleado público que te tira la puerta en las narices, porque es horario de almuerzo, es el de la empresa eléctrica que te corta la electricidad sin verificar que la pagaste, es la tienda que no vende mientras recibe mercancía, es la ira con el cobrador del gas…

Lo peor es que nos hemos acostumbrado. Callamos a veces por no discutir, o, para citarnos apropiadamente, “para no buscar problemas”, y llenamos así una bolsa de descontentos y molestias que explota en cualquier momento, porque su capacidad es limitada. Ese sentimiento de culpa reflejada en el otro ha sustituido paulatinamente la solidaridad. La isla de corcho sigue flotando, pero sobre nuestras espaldas rotas a dentelladas. Deberíamos mirarnos hacia adentro. Identificar en el rostro del que nos agrede nuestro propio rostro agresor, pactar, hacernos la vida más fácil, o por lo menos, no tan dura. Ayudarnos, en fin. Algo me dice que nuestra supervivencia en el corto y en el largo plazo, pronto, -más pronto de lo que creemos- comenzará a depender de eso… y ojalá entonces, o ahora mismo, no sea demasiado tarde.




[1] La última vez que fui no existía ya.

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