Entonces: ¿qué hacer?
Foto de la autora |
Las aristas a abarcar son demasiadas y muy complejas para un post. No obstante, a riesgo de dejar muchas cosas sin decir y de pecar de simplificar demasiado, trataré de mencionar al menos lo que es, en mi opinión, más importante.
Sin ansias de entrar en un tema muy complejo y en el cual no soy especialista, no puedo dejar de mencionar que cualquier ajuste en la estrategia y la política económica cubana pasa por la revisión de los tipos de propiedad y la organización empresarial. Esto que puede hasta sonar obvio, ha sido largamente ignorado o maltratado en teoría y práctica. Los grupos empresariales existentes son monopolios que lejos de llevar al país hacia el progreso, nos han retrocedido a modelos de gestión arcaicos e ineficientes, burocráticos aparatos gigantescos que como ya se apuntó recientemente, son cuasi ministerios, y yo agregaría que se están tragando muchos de los recursos escasos con que cuenta el país y que ellos mismos generan. Eso se suma a una política de precios cuasi inexistente, que establece márgenes de beneficios claramente arbitrarios, sin estudios serios sobre el impacto que tendrá en el cubano promedio, por mencionar solo una de las distorsiones que introduce, y la deformada cultura organizacional de sistemas de dirección verticales, con espacio limitado para la autonomía y la participación en las decisiones que en vez de subir, bajan.
Y esto es solamente referido a la empresa estatal. En cuanto a los otros tipos de propiedad, apenas presentes en Cuba, queda demasiado por hacer. De las pymes ya he hablado con anterioridad, y por ahora no vamos a ahondar en ellas. Pero eso no es lo único, como tampoco lo es la cooperativa. Se pueden mencionar, por ejemplo, las organizaciones sin fines de lucro que cubren vacíos que los estados no son capaces de llenar. Por eso existen las asociaciones para la protección de animales, digamos, porque el brazo todopoderoso del estado cubano, no ha llegado hasta ahí.
Por otra parte, un problema fundamental a enfrentar en Cuba es la escasez de financiamiento para emprender proyectos e inversiones. Nada ha cambiado en dos siglos. Por esa razón, la mayor parte de los economistas cubanos ofrecen respuestas que de manera directa o indirecta brindarían alguna solución, como desarrollar industrias de exportación, incluida la exportación en fronteras, o solicitar créditos y abrir espacios a la inversión extranjera. Nada de eso está mal, pero vamos por partes.
De los créditos externos se sabe más o menos algo y lo obviaremos por este post. En cuanto a las inversiones, bueno, pueden venir con un costo adicional que se exprese en términos ambientales, sociales y hasta de desigualdad acentuada entre las regiones y sectores atractivos para los inversionistas y los que no. El manejo adecuado de ese capital define y determina el camino del crecimiento y del desarrollo. Pero no solo eso. Por regla general, Cuba se centra en la búsqueda de inversiones de alto monto para mega proyectos. ¿Por qué no considerar inversiones no tan elevadas que reanimen regiones pequeñas, como un astillero en Sagua o la modernización del combinado pesquero de La Coloma o un pequeño taller para producir textiles? Es más fácil encontrar cien inversionistas con 500,000 cada uno, que uno solo con 50,000,000. Y, claro, es más saludable diversificar que mantener al país atado a limitadas opciones de desarrollo.
Pero hay también una apuesta importante que se pierde de vista muchas veces: el mercado interno. De nada sirve comprar e importar bienes de consumo o de capital si el mercado nacional se encuentra estrangulado. Un mercado interno capaz de absorber parte de lo importado o producido internamente es necesario también para el desarrollo del país. Con el precario crecimiento de apenas el 1% exhibido en el año 2018, las posibilidades de desarrollar al país se ven cada vez más improbables en el corto plazo.
Los cubanos están viajando fuera de Cuba para importar bienes de consumo que son difíciles o imposibles de encontrar en la isla. Entonces, ¿no sería más viable considerar la apertura de esa misma oportunidad dentro de Cuba en lugares como la zona especial del Mariel, en vez de ver los dólares correr para Panamá y Cancún, por ejemplo? Permitir la compra en zonas francas en fronteras, y autorizar a trabajadores por cuenta propia a adquirir sus insumos en esos lugares, en dólares o euros o cualquier divisa, reduciría considerablemente la fuga de capitales que permanecerían en Cuba para reinvertir.
Y de trabajo por cuenta propia, solo un detalle: ¿por qué limitar las actividades que puedan ejercer? Es sabido que el número de empleos en el sector estatal se ha reducido en consideración en los últimos años. De igual forma, el único sector que estaba expandiendo la demanda de fuerza de trabajo era el privado nacional. Contraerlo limita las posibilidades de expandir el empleo en Cuba en un momento en que la economía se encuentra en crisis, y su propia naturaleza nos empujará hacia el desempleo. Después de experimentar muchas medidas durante los primeros años de la crisis de los ’90’s, no quedó más opción que introducir cambios estructurales, entre ellos la expansión del autoempleo, un eufemismo para referirse a la pequeña y mediana empresa nacional. Su objetivo fue amortiguar el efecto de la crisis en el desempleo, y sus resultados fueron positivos.
Sin embargo, todo lo anterior se convierte en letra muerta si no se comienza un proceso de descentralización paulatina que otorgue a los gobiernos locales la capacidad para decidir su propio destino con sus estrategias. Homogeneizar el territorio nacional, supeditar las regiones a la espera pasiva de lo que les pudiera llegar “de arriba” como parte del presupuesto, es condenarlos a la deformidad, como si a un bebé no lo bajaras del coche jamás y lo llevaras cargado a todas partes. El temor a la autonomía debe ser desterrado de los hacedores de política económica en Cuba. Las empresas necesitan autonomía, los gobiernos locales necesitan autonomía, y creer que la autonomía es la madre de la corrupción es asumir per se que todos somos ladrones, en el mejor de los casos. De hecho, la centralización a ultranza de los recursos es mucho más peligrosa en un país con necesidades tan heterogéneas. No podemos partir de la premisa errada de que descentralizar es abrir puertas al descontrol. La vida ha demostrado que centralizar los recursos no nos ha librado de ello, y además, ha costado caro en materia de desarrollo desigual dentro del país.
Y quizás entre lo más traído y llevado sobre la realidad nacional está la tasa de natalidad. Ni me detengo. Basta de decir que la emancipación femenina en Cuba es la causa. Poner sobre los hombros de las mujeres independientes y trabajadoras el peso de un problema demográfico tan grave es cuando menos, injusto. Hablemos de los salarios, la gravedad de los problemas de vivienda, la cantidad de hogares monoparentales dirigidos por madres solteras que apenas pueden llegar a fin de mes con las manutenciones que, por lógica derivada de los bajos salarios, establecen los tribunales. Sí, emancipadas estamos algunas, otras no se han enterado porque no nos engañemos, el fantasma oscuro de la sociedad patriarcal hace sombra permanente sobre nuestras cabezas todavía y no se destierra de un día para otro. Pero prometo volver sobre este tema en otro momento.
Y para ir terminando con esta segunda parte, hay que enfrentar la emigración como lo que es, un fenómeno social que pasa por todas las esferas, principalmente la económica y la política. El drenaje de jóvenes y no tan jóvenes, profesionales en muchos casos, hacia otros países en busca de mejores oportunidades representa para Cuba pérdida irreparable que compromete el futuro desde todos los puntos de vista: demográfico, social, y hasta económico y político. El punto de partida debe asumir que en lo básico la causa del problema se encuentra en una deficiencia real del país para brindar a los cubanos un salario y condiciones de trabajo decentes que les permitan sostenerse sin precariedad a sí mismos y su familia. Sin embargo, otros elementos gravitan sobre este fenómeno que son aún más complejos: burocracia administrativa que impide a los jóvenes realizarse como profesionales al limitar sus iniciativas, ostracismo en las organizaciones estatales, mentalidades estalinistas que consideran que toda idea que se salga de determinado esquema, es de hecho, contrarrevolucionaria. La lista puede ser muy larga.
Tenemos que abrir espacios de cooperación y participación social y económica que hagan sentir a los cubanos parte activa y no pasiva de la construcción de la sociedad. El interés social pasa por el conjunto de intereses individuales. No hay sociedad saludable que crezca anulando al individuo, como tampoco creo a ciegas en el egoísmo de Smith como único motor impulsor de la economía. Pero como dijera José Martí: “La generación actual es eminentemente individualista: la única manera de concebir el bien general es halagar y proteger el trabajo y el interés de cada uno”. Esa pudiera ser una arrancada interesante, porque otro cubano ilustre, Alejo Carpentier, ya lo dijo de otro modo: “… la grandeza del hombre está precisamente en querer mejorar lo que es. En imponerse tareas…”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario