Este post ya
estaba escrito, esperando porque la universidad me diera un tiempo para revisar
y retocar, cuando OnCuba publicó el artículo del profesor Juan Triana sobre el
mismo tema. Honestamente, poco o casi nada tengo que agregar a lo que Triana
dice en su trabajo, pero compartimos –somos muchos- preocupaciones similares, y
por lo tanto, amerita repetirlas hasta el cansancio. A lo mejor un día alguien
escucha.
Hay un común
denominador en casi todos los que a lo largo de nuestra historia económica han
teorizado y tratado de dar solución a nuestros problemas, que dicho sea de
paso, siempre han sido muchos y más o menos los mismos. Lo que une a una parte
importante de ellos, incluyendo a nuestro José Martí, es la defensa de la
pequeña y mediana empresa como motor impulsor de nuestra economía hacia el
crecimiento económico y el desarrollo.
Mientras más años
pasan, más me convenzo de la razón que tuvieron. La idea del Estado
omnipresente y omnipotente, que ve y resuelve todo, no solo es ingenuamente
absurda, sino peligrosamente arcaica. Señalo que no disminuyo el papel del
estado en la economía en cualquier país, y ni siquiera creo que deba ser el que
le asignó la teoría neoliberal, de mero árbitro. Creo que la posición vital de
regulador que debe tener el Estado, su atención especial y prioritaria a los
sectores de influencia, como la Salud Pública y la Educación, por ejemplo, se
está diluyendo en lo que todos en Cuba llamamos: abarcar mucho para apretar
poco.
Escudados tras el
temor al enriquecimiento (y regresamos al manido discurso agotado ya por
inverosímil) se anuncian “nuevas” medidas que limitarán y restringirán el
trabajo por cuenta propia en Cuba, que es lo mismo que decir, abandonando los
eufemismos innecesarios, restringir la pequeña y mediana empresa. Traducido en
términos económicos, esta medida implica reducir el único sector que aumentaba
la demanda de fuerza de trabajo, el único sector que mostraba expansión en
capital invertido y ocupación. Resumen: el ÚNICO sector que podía ser la
esperanza luego que se contrajera el turismo a partir de las medidas tomadas
por el presidente Trump, el huracán que desmanteló casi totalmente los cayos en
el 2017 y conllevó destinar recursos a su reconstrucción, y en medio de una restructuración económica que
ha tomado más tiempo del previsto, incluyendo la unificación monetaria.
Resumiendo, como
economista: NO es el momento de acorralar y asfixiar la pequeña empresa en
Cuba, que aparece ante mis ojos como la única válvula de escape. No es un
secreto que la inversión extranjera no ha crecido lo esperado y tampoco son un
secreto las causas, pero a eso se le puede dedicar otro espacio. Por supuesto
que las PYMES deben ser reguladas. De eso no cabe dudas. Reguladas para que no
anuncien sin pudor alguno en los clasificados que contratan solo “personas de
tez blanca”, reguladas para controlar el efecto ambiental de algunas de ellas,
como las fregadoras, por ejemplo; reguladas para que respeten que existe una
ley laboral en Cuba que no puede ser violada, y que sus trabajadores tienen
iguales derechos a descanso retribuido de un mes al año, a jornadas que no
excedan las 8 horas diarias y hasta a licencias de maternidad.
En mi ingenuidad
sigo creyendo que de eso van a hablar cuando dicen regular. Porque soy así,
optimista.