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¡Finalmente! Yo quería escribir este post después de la unificación monetaria, pero por razones obvias me dije que mejor iba adelantando. El día de hoy marca un momento de definición política en Cuba con la transición en la presidencia del país. Mucho se ha dicho, especulado, y hasta mentido alrededor de este suceso.
La verdad es que la misión que le dejan al sucesor no es de juego. Haciendo un repasito breve sobre la Cuba de hoy, el próximo presidente recibe un país en crecimiento desacelerado, y me atrevo a decir que camino a una recesión, a pesar del anunciado crecimiento económico de 1.6% anual en 2017. Adicionalmente, la contracción de la Embajada de los Estados Unidos en la isla, así como las promesas de mano dura de la administración Trump han tenido un efecto adverso en varios sentidos. En mi opinión, los dos más importantes han estado en el sector turístico, una de las principales fuentes de ingresos en divisas al país, y con ello el sector privado (único en expansión como fuente alternativa de empleo), volcado en una proporción importante hacia servicios al turismo; y el sector de la inversión extranjera. De este último no tengo evidencias palpables, pero conociendo cómo reacciona el mercado, es lógico deducir que los potenciales inversores extranjeros contendrán sus deseos de poner dinero en un país cuyo desempeño futuro es como mínimo, dudoso. En adición a todo esto, no se debe menospreciar el impacto que la crisis económica y política venezolana han tenido en la economía de Cuba.
En este contexto, las válvulas de escape de la presión social se han cerrado. La emigración, por ejemplo, recibió su primer impacto con la eliminación de la política de pies secos, pies mojados, por el gobierno de Barack Obama y luego, el “casi cierre” de la Embajada de los Estados Unidos en La Habana y la medida tomada de recurrir a un tercer país (primero Colombia, luego Guyana) para tramitar las visas de emigrante, ha cargado al proceso migratorio legal hacia ese país de dificultades logísticas y financieras adicionales.
El mero hecho de que emigrar se considere medio de descompresión social es un indicador de la gravedad de la situación dentro del país. No constituye secreto para ninguno de nosotros las complejidades del día a día de cualquier cubano de a pie, así que no creo que se necesite invertir tiempo en lo que se sabe: la cebolla sigue cara.
La vía interna de supervivencia la constituye sin dudas el emergente sector privado. Ahora, no podemos engañarnos. Las señales emitidas por el estado cubano en los últimos meses no se pueden considerar alentadoras. Con independencia de la importancia de un reordenamiento necesario y una redimensión de la política impositiva, con los que puedo estar hasta de acuerdo de cierta forma, creo que el momento no ha sido el más feliz.
Las políticas públicas deben considerar dos elementos importantes a la hora de ser implementadas: su eficacia y su pertinencia. Puede que de cierta forma se haga necesaria la revisión de las licencias emitidas e imponer límites y controles. Ok. Pero forma y contenido no son un par dialéctico por gusto. En las actuales circunstancias de Cuba, en la que las reformas avanzan a la misma velocidad que se construye un edificio de dos plantas (una eternidad) y ante los elementos ya mencionados, la verdad es que se envía un mensaje contradictorio y negativo al contener la emisión de ciertas licencias, cerrar cooperativas exitosas como Scenius -cuya justificación pública fue muy vaga-, y se prometen unificaciones monetarias, mejores cosechas de papas y crecimiento económico futuro que no llega. Hay lujos que ya no podemos darnos y es hora de comprender que en la Cuba de hoy, la confianza política no es lo que solía ser.
La realidad de la lentitud de los cambios programados con la reforma propuesta por los Lineamientos, la escasez de productos de primera necesidad, las limitaciones para encontrar un empleo que ayude a satisfacer las necesidades básicas con el salario percibido, la reducción del turismo, las dificultades para emigrar y la maldita circunstancia del agua por todas partes, se suma a una realidad política y social diferente a la de los años ’90, cuando el país enfrentó una crisis económica y social cuyo único precedente estuvo en la década del ’20 del mismo siglo, setenta años antes.
Los cubanos residentes en la isla, en su mayoría, recuerdan la crisis de los 90, y me atrevo a especular que pocos están dispuestos a repetir la experiencia. El reto para el nuevo presidente no es pequeño: por una parte, aliviar al país de la potencial recesión implementando las reformas ya acordadas y otras que se irán imponiendo por el camino y, simultáneamente, por la otra, alcanzar niveles de vida decentes. Recordemos: crecimiento económico no necesariamente significa desarrollo social. Todo esto, enfrentando la actual administración de Donald Trump y una situación de caos político en las izquierdas de la región.
Yo, francamente, no lo envidio. Le deseo, y espero con honestidad, que sepa estar a la altura de su momento, porque el que me preocupa de verdad, mi pueblo, merece y necesita esperanza.