“La maldita circunstancia del agua por todas partes
me obliga a sentarme en la mesa del café.
Si no pensara que el agua me rodea como un cáncer
hubiera podido dormir a pierna suelta."
me obliga a sentarme en la mesa del café.
Si no pensara que el agua me rodea como un cáncer
hubiera podido dormir a pierna suelta."
Fragmento del poema La isla en peso, de Virgilio Piñera
“Hay un cubano detrás de cada puerta.”
Antón Arrufat
Isleños. Somos
Robinsons. Ateridos de humedad, fríos y despiertos. Esperando el rescate. A
veces creo que el mundo nos ve así, y me da miedo. Podemos ser cifras en
cualquier momento, como tantos, o tal vez ya lo somos para muchos.
Los cubanos
somos otra vez noticia. Ahora perseguidos por el fantasma de la emigración. Un tema
en el que, ciertamente, ya vamos acumulando experiencia. Hay puntos de vista,
enfoques, debates. Los cubanos, clasificados ahora en dos grandes grupos: los
de “afuera”, y los de “adentro”, divididos por fronteras reales e imaginarias, atollados
en la incomunicación, discutimos hace más de una semana, la suerte de nuestros
coterráneos varados en el limbo migratorio de la frontera de Nicaragua con
Costa Rica. El número ha ascendido. Hemos leído casi de todo al respecto, los
que hemos tenido la suerte de acceder a Internet, y los que no (hablo de los de
“adentro”), se han ido informando por vías alternativas, y por lo que ha
comunicado, casi tardíamente, la prensa nacional. Ya hoy sabemos que llegaron a
un callejón sin salida en el encuentro de ayer de cancilleres centroamericanos,
y Nicaragua tiene, en buen cubano, el dominó “trancado”, como ya bien dijo un
periodista.
Pero en el ojo
de la tormenta están las víctimas, como siempre pasa. Este fenómeno es mucho
más. Un análisis simplista abordará escasas aristas de su verdadero alcance. La
migración es multicausal y estos miles estancados en América Central son solo
la punta del iceberg. Subyacen historias desconocidas por la mayoría, de
muertes, atracos, estafas y mucho más, en la persecución del sueño americano. Si,
la migración cubana es alentada por la existencia de un tratamiento
diferenciado a su entrada a Estados Unidos. Si, la embajada de ese país en el
nuestro niega cientos de visas diariamente, y otorga solamente unas decenas –que
no llegan a 50- y esto nadie me lo contó, fui testigo presencial, y tuve la
oportunidad sublime de experimentarlo.
Pero hay más,
por supuesto. Los factores son sociales, políticos y económicos. Las personas
se mueven por razones diversas. Sabido es que los cubanos no tienen la categoría
de refugiados como los actuales miles de Sirios que han tenido que renunciar a
sueños, vidas, aspiraciones, familias y quién sabe cuánto han dejado detrás en
el camino, y como me cuenta una amiga que reside en Europa: “Ni siquiera tienen
donde dormir”. No, no es el caso. Pero eso en nada disminuye la realidad de que
“nuestro caso” también es serio.
La migración
cubana es una sangría permanente de jóvenes –calificados gran parte- en su
mayoría agotados de buscar alternativas en vano. Aunque no sea tema de este
post, hay que incluir la complejidad creciente del mercado de trabajo cubano, que
ahondaré en el futuro, sumada a la incertidumbre económica y social, y a las
propias condiciones nacionales que limitan el desenvolvimiento de muchos
jóvenes. Por ejemplo, la existencia de una burocracia asentada en zonas de
poder medio que limitan notablemente el desarrollo económico, que obstaculizan
el surgimiento de nuevas ideas y provocan el fracaso de cualquier intento por “cambiar
lo que debe ser cambiado”. También lo he vivido, sentada en primera fila. Tampoco
me lo han tenido que contar.
La inscripción
de la puerta del Infierno, según Dante, reza: “Lasciate ogne speranza, voi
ch'intrate”, que en español sería: “Abandona toda esperanza, tú que entras”. El
mensaje es claro, sin esperanza, el humano se encuentra en el infierno.
Carpentier dijo que la grandeza del hombre está en imponerse Tareas, así, con
mayúsculas. Y tenía razón. Eso es la vida: un reto tras otro. Vencido el
primero, nos imponemos el siguiente, porque sin eso, no somos humanos, y nos
diluimos en una terrible monotonía que deshumaniza, y lentamente, o rápido, nos
aniquila como individuos.
La migración
cubana tiene un componente de desesperanza. Las condiciones materiales de país
subdesarrollado, salido apenas de una crisis económica sin precedentes,
alargada hasta la actualidad, que en el plano individual y social ha generado
una cultura de sobrevivencia que alcanza la terrible magnitud del “sálvese
quien pueda” en muchas ocasiones, ha distorsionado en una medida considerable
los valores acumulados a lo largo de la historia. Negarlos sería hacer un
análisis parcial. Pero los que en su mayoría hacen la travesía por mar o tierra
para llegar a Estados Unidos, o se establecen en cualquier otro país
permanentemente, son jóvenes que no conocieron otra cosa que esos derechos. No significan
nada inusual. Y, por supuesto, quieren más. Desean condiciones de trabajo
decentes, salarios en correspondencia con su calificación, la oportunidad de
vivir honradamente de sus ingresos y garantizar con ello la subsistencia propia
y de sus familias. Eso, como mínimo.
Tengo apenas 33
años, y hace más de 5 que mis amigos viven fuera de Cuba. Quedan unos pocos,
dispersos. No es una historia exclusiva: a lo largo de la isla se repite entre los que
aún la habitamos. Esos mismos amigos me cuentan sus vidas fuera, y no es tan
fácil como a algunos les gusta suponer: largas jornadas de trabajo, mudanzas a
veces muy seguidas, rentas que pagar, deudas que cumplir, remesas que enviar. Cuesta,
y a veces cuesta lejos de la familia y de la tierra que los vio nacer. El emigrado
lleva un estigma histórico. Desarraigo, abandono, desconexión de sus culturas
de origen, a veces, hasta por el cambio de idioma, que representa una
transformación sustantiva en muchos sentidos, incluido el sicológico.
Pero eso es para
los que se van, ¿y para el país emisor? Cuba pierde más de 30,000 cubanos cada
año por concepto de emigración, y en lo que va de 2015 la cifra se ha
multiplicado, gracias a las campañas que anuncian el posible fin de la Ley de
Ajuste Cubano. No estamos en condiciones de perder semejante capital humano. El
costo se percibe ya en áreas de importancia, como la salud y la educación. Porque
a esa emigración externa, hay que sumarle el inevitable desplazamiento de jóvenes
profesionales hacia el sector privado, en busca de mejores remuneraciones por
trabajos muy por debajo de su calificación profesional muchas veces. Esto deja
en estado de desprotección absoluta al sector estatal de la economía, con el
costo correspondiente en administración, eficiencia y desempeño empresarial. (Hagamos
abstracción por ahora del resto de los factores que influyen en estas
deficiencias)
Porque aún es
insuficiente. La emigración es costosa para el emigrado y para el país que los
pierde. Nosotros, los Robinson, lo sabemos. Pero tenemos que saber, sobre todo,
que no son cifras, son personas, seres humanos que hasta hace nada compartían
nuestra suerte, y todavía en la distancia la siguen compartiendo con el corazón
en la isla que los vio nacer y crecer, que modeló sus conductas y hábitos. La emigración
es un fenómeno que necesita ser estudiado por economistas, sociólogos,
sicólogos y politólogos. Cualquier análisis que excluya alguna de esas áreas
estará incompleto. Un post no alcanza. Habrá otros. Serán necesarios.
Mientras tanto, aquí,
en la isla- puerto, seguimos despidiendo amigos y familiares y, por supuesto, negados
a convertirnos en cifras.